Cada vez resulta más habitual que, al intentar descorchar una botella de vino blanco o rosado, aparezca una cápsula de plástico en lugar del tapón de corcho. Incluso hay fabricantes de cápsulas sintéticas que imitan el color del corcho para llevarnos a engaño.
Quienes defienden el uso del tapón de plástico afirman que este material sintético tiene las mismas prestaciones que el corcho e incluso más, ya que impide la transmisión al vino de una molécula aromática presente en la corteza del alcornoque conocida con el nombre de TCA, causante del indeseable “gusto a corcho” y que -según sus cálculos- puede afectar a un 5 % de las botellas selladas con tapones naturales.
Sin embargo, fuentes del sector corchero indican que la proporción de tapones con TCA es mucho menor y que, en todo caso, los tapones de polietileno pueden transmitir al vino sustancias mucho más perjudiciales no solo para el sabor del vino, sino para nuestra salud, tal y como demuestran algunos estudios sobre migración de moléculas contaminantes.
Pero más allá del debate sobre las ventajas de los tapones de plástico para la industria, existen argumentos a favor del corcho que me gustaría defender desde un punto de vista estrictamente medioambiental. Me refiero a la relación histórica entre el corcho, el vino y la conservación de la naturaleza. Descorchar una botella hoy (como una ánfora hace miles de años) es una tradición que ha hecho posible la explotación sostenible de uno de los bosques más representativos del ecosistema mediterráneo: el alcornocal, la dehesa.
El aprovechamiento del corcho, la corteza que recubre el tronco del alcornoque y lo protege de las más rigurosas inclemencias, incluido el fuego, no perjudica en absoluto al árbol: al contrario, contribuye a su saneamiento y mejor desarrollo, dando origen a una de las industrias más antiguas del mundo. Una industria que hoy en día fija población en el medio rural (más de 100.000 empleos) dinamiza su economía y, además, contribuye a la conservación de la naturaleza. Un excelente ejemplo de desarrollo sostenible que, sin embargo, se ve amenazado por el auge de los tapones de plástico.
De prosperar la tendencia a usar este material sintético, un producto derivado del petróleo tan ajeno a la naturaleza como a la cultura del vino, la industria del corcho puede desaparecer poniendo en peligro a los alcornocales: arboledas autóctonas a las que permanecen asociadas joyas de nuestra biodiversidad tan amenazadas como el águila imperial, el lince ibérico o el buitre negro.
Algunas organizaciones de defensa de la naturaleza como WWF/Adena llevan años solicitando a los consumidores que rechacen los vinos tapados con plástico y apoyen a la industria del corcho. Para ello piden que las botellas de vino que lo lleven estén obligadas a indicarlo en la etiqueta y evitar así la desagradable sorpresa al retirar la cápsula que lo oculta. ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué no se atreven? Pues porque seguramente, ante el creciente interés ciudadano por la protección del medio ambiente y la naturaleza, muchas de esas botellas se quedarían en la estantería.
Personalmente soy de los que tomo buena nota de los vinos que usan tapón de plástico para no volver a comprarlos. Les invito a hacerlo. Les animo a que, al escoger un vino, piensen también en la naturaleza y lo elijan con tapón de corcho.
Fuente original: lavanguardianatural
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