Todo ecosistema, por propiedad natural, tiende al equilibrio; aunque convenga decirlo debe considerarse que está sujeto a diversos tipos de variaciones: Biológicas, fisiológicas y evolutivas, lo que representa la expresión y el sentido siempre cambiante que soportan, tanto la vida animal como vegetal, desde los inicios de su colonización de la superficie de la Tierra.
Este hecho les ha permitido persistir en el tiempo, manteniendo y autoperpetuando la especie, no obstante las transformaciones morfológicas sufridas por la historia de la corteza terreste. Pero, también conviene agregar que en todo ecosistema cada especie posee una función particular, por lo que todas sus poblaciones constituyentes siempre tienden a habitar un determinado lugar -su hábitat- y a vivir en equilibrio, lo cual significa que al interior de él se mantiene más o menos constante el número de organismos de las distintas poblaciones constitutivas. Ello permite que todas las especies puedan lograr satisfacer, de modo adecuado, tanto sus necesidades de alimento como un espacio para vivir. Sin embargo, este equilibrio es muy fácil de ser perturbado por la especie humana, la que se encarga de hacerlo de la mejor manera. El equilibrio ecológico es en sí un proceso muy activo y dinámico. Es un equilibrio que puede ser comparado con el movimiento o el balanceo de la aguja de una balanza o el del péndulo que oscila dentro de ciertos límites.
Cuando un ecosistema tiene la capacidad de mantener sus vegetales y animales, sin que ninguna especie desaparezca o se multiplique en exceso, entonces la comunidad estará en equilibrio y será capaz de abastecer de alimentos a todos los organismos que mantiene. Cuando toda comunidad representativa del ecosistema está en equilibrio significa, además, que está poniendo en acción una variada gama de mecanismos de autorregulación tendientes todos a compensar cualquier tipo de alteración que sobrevenga, generalmente por efecto de la acción antrópica. Asimismo, se puede agregar que la gran variedad de mecanismos autorregulatorios, siempre presentes en los ecosistemas, pueden ser conside-rados inequívocamente como una expresión del equilibrio ecológico. En el ambiente, la manifestación del equilibrio ecológico será siempre la resultante de un equilibrio dinámico, responsable de otorgarle plena estabilidad al sistema y, por lo tanto, permitir la existencia de la arquitectura de todo ecosistema. Ello siempre acontece en una naturaleza carente de contaminación y libre de la intervención humana. Cuando el Homo sapiens manifiesta su presencia en el ecosistema el equilibrio ecológico o se resquebraja o se pierde definitivamente.
Todo ecosistema a través de su bioecohistoria tiende a mantenerse en equilibrio, porque toda su estructura y la funcionalidad consiguiente procuran una estabilidad permanente y donde cada uno de sus elementos constitutivos determinan la equilibrada existencia global del elemento ecológico por excelencia (el ecosistema), que los sustenta. Así cada uno de los ecosistemas constitutivos de la biosfera, sea en el lugar del mundo que fuere, siempre buscarán los mecanismos autorregulatorios que busquen mantener su estructura morfo-funcional, intentando preservar su equilibrio, aunque el hombre lo intervenga, siempre y cuando no sea hasta su total destrucción.
Si profundizáramos en el estudio ecológico y colocáramos al equilibrio ecológico en la llamada Pirámide de Necesidades Ecológicas (Necesidades Ecológicas: Ecoestructurales, interacciones recíprocas, de autorregulación y de autosustentación), en el nivel de autosustentación del ecosistema, esta etapa ocuparía el último segmento de la pirámide, ubicándose en su cúspide, porque representa una posición significativa y relevante que al final contribuye a que el ecosistema sea autosuficiente. En otras palabras, este segmento resume todas las etapas anteriores teniendo la responsabilidad final de la conservación y la mantención del ecosistema. Toda comunidad biológica (biocenosis) tiende al establecimiento de un equilibrio al interior de su estructura biótica, aunque también no se puede dejar de considerar la intervención participativa de los elementos abióticos, sin los cuales no sería posible la vida. Ningún vegetal o animal vive preferentemente solo; cada animal depende de otros organismos vivos para su propia existencia. La competencia por conseguir alimento, agua, espacio vital, etc., causa la muerte de algunas especies, sin embargo, los moldes de vida pueden ser distinguidos de modo suficiente como para poder sobrevivir en el mismo espacio físico, una gran diversidad de organismos.
Cuando una comunidad puede mantener sus vegetales y animales, sin que ninguna especie desaparezca o se multiplique excesivamente, la comunidad está en equilibrio y es capaz de abastecer de alimentos a todos los organismos que mantiene. Es el equilibrio natural o equilibrio ecológico. El equilibrio ecológico es el mecanismo de autosustentación con el que el ecosistema tiende a mantenerse en el tiempo, si tiene la oportunidad de autoperpetuarse en la naturaleza. El equilibrio ecológico representa la fuerza ecológica con la que los elementos constitutivos del ecosistema logran mantener su existencia y la vida del ambiente. También se puede agregar que el equilibrio ecológico es la fuerza que en general utilizan los organismos, las poblaciones y las comunidades que integran a cada ecosistema para conservar su estructura, permitiendo su manifestación y su expresión en el ambiente, permitiendo que la suma total de los mecanismos y procesos, tanto fisiológicos como ecológicos, respondan a los requerimientos de un ambiente cambiante o estable, y que sea capaz de sustentar la vida a cada uno de sus integrantes.
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